LA TIERNA EUGENIA

Por Baguira Merhú (seudónimo)

 

 

     En los últimos tres meses no ha dejado de ocurrir. Estoy preocupada. La primera vez estaba sentada en el borde de mi cama, y al voltear a la derecha me vi a mi misma, ahí sentada junto a mí. Estaba llorando y vi como las lagrimas de esa Eugenia rodaban sin cesar. Debo confesar que viéndome desde afuera puedo decir que soy una mujer bastante tierna, y más aún con ese tono rosa en la piel, y esas lágrimas escurriendo por mis mejillas, pero mi reacción inmediata fue regañarme, me dije una y otra vez: Ya basta Eugenia,¡ya basta!, deja de llorar de ese modo, ¡me das lástima!. ¿Hasta cuando vas a seguir así?. Pero Eugenia nunca volteó, entonces simplemente bajé la vista hacia el piso y acompañé a mi doble en su dolor. Estuvimos así en silencio, quizás un minuto, y cuando giré de nuevo la vista hacia ella, ya había desaparecido.

 

     La busqué por toda la casa para consolarle, pero no la pude encontrar. Prendí el televisor y me quedé dormida arrullada por el ruido, hasta que más tarde llegó mi madre y lo apagó.

 

Una semana después mientras manejaba apresurada hacia mi trabajo, Eugenia se estrelló contra mi parabrisas, traté de leer sus labios que trataban de decirme algo, y a los pocos segundos se fue con el viento. Traté de ignorar lo sucedido, pero desde entonces, es algo que no se puede ignorar.

 

   Un día de pronto salgo hacia una tienda y veo desde la ventana del automóvil a Eugenia sentada en la parada del autobús. Otro día la vi en la mecedora de la sala, y seguía llorando.

 

   Por lo pronto decidí no volver a tomar mi automóvil, pues podría chocar. Y salí a caminar a la playa, para poderme relajar, y Eugenia venía tras de mí, con la mirada fija y perdida.

   No tengo modo de explicárselo a mi familia, no lo entenderían.

 

   Fui con una vidente, doña Carmelita, una de esas señoras que leen las cartas, y dicen que hablan con los espíritus, y ella me explicó que no tenía opción, y en medio de la desesperación seguí su consejo. Por eso ahora voy en este viejo y ruidoso tren hasta el pueblo de la cima. Allá donde vive la bruja Marvina, ésa que se dice que trabaja lo sobre natural. Según la Carmelita que tengo un gran don, que mi espíritu puede salirse y viajar.

 

   Mi miedo mayor es que no sé quien se está saliendo de quien. No sé si la Eugenia que veía yo sentada era mi cuerpo, o era mi espíritu.

 

   No sé si mi conciencia está en mi alma y si es esta es la que grita y se enoja, o si mi alma es esa que se sienta y llora. Tengo miedo, no sé que hacer. No se ni siquiera quien va en este tren... Mi alma, o yo.

 

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