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EL PORDIOSERO Y EL POETA

Por Angélica Sancho

 

José es un pordiosero que, se piensa condenado a vivir de la mentira de ser ciego para generar lástima entre los paseantes de un parque y recibir algunas monedas miserables como muestra de caridad.

 

Un soleado día de verano, José prepara algunos periódicos en el suelo para sentarse y comenzar su labor, se coloca unos anteojos oscuros, de cristales sucios, remendados con un grueso cordel, está tranquilo, hubo conseguido algún poco de pan para empezar el día después de dormir en el suelo cerca de la puerta de un expendio de pan caliente que acababa de abrir sus puertas, mira el cielo, se acomoda los anteojos, toma un bote sucio en la mano donde pretende recoger algo para comprar leche cuando un joven, alto, delgado y ataviado con gabardina negra, sombrero alto también oscuro, llevando entre sus manos un envoltorio de papel se acerca al limosnero y deposita en el bote un objeto que al tocar el fondo hizo el mismo sonido de una moneda de alta denominación, el transeúnte pareció generoso y se alejó poco a poco y una vez a suficiente distancia el pordiosero miró al bote, ansioso de recoger la primera miga de piedad.

 

¿Qué demonios es esto?, pareció indignarse cuando miró con asombro que lo depositado no era una moneda sino un trozo de metal parecido al cobre.

 

José sacó apresuradamente el objeto y lo lanzó con todas sus fuerzas, recobró la serenidad mientras pensaba en la burla del que era blanco ante los paseantes acaudalados que quizá, se reían pensando en la sorpresa que le esperaría al querer recoger mansamente alguna moneda.

 

Pasaron algunos minutos cuando a José lo sorprendió ver al tipo nuevamente frente a él, observándolo cuidadosamente, firme y sin intención alguna. Defendiendo su condición de ciego José disimulo no percatarse de su presencia hasta que el extraño hombre de gabardina dijo casi susurrante.

 

He pagado tu mentira con otra

 

José no se inmutó al razonar que haciendo alarde de escucharle debía elevar su rostro y descubriría abiertamente que no era ciego. Sin embargo el tipo misterioso se agachó hasta quedar mirando al pordiosero frente a frente y con una voz dulce pero convencida le dijo:

 

Es tanta tu miseria y hambre que en verdad tus ojos, dispuestos a seguir en el embuste, parecen no mirar, pero me sabes aquí, frente a ti, y aún con tu mirada perdida en la nada estás mirándome.

 

José no pudo más y quitando los anteojos oscuros de su cara le enfrentó casi con miedo.

 

Este no es problema suyo, bastante ha hecho con burlarse de mi miseria haciéndome creer que su caridad era sincera

 

Ha sido mi intención ofenderle pordiosero puesto que la poca caridad que hay en mí fue agraviada primero por el engaño de su ceguera y estoy aquí para enmendar ambas, sólo deseo reconciliar mi caridad con la bondad y su miseria con la vida

 

Fueron las palabras del paseante.

 

¿Qué quiere de mí que soy anciano y miserable?

 

Enseñarle

 

 

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¿Acaso es predicador de la doctrina verdadera?, ¿quizá maestro?, ¿quizá dador de sabiduría divina?

 

Nada de eso, soy poeta y deseo mostrarle una forma de ganar aún más que unas miserables monedas consecuencia del engaño. Es una forma saludable que no le costará mucho aprender.

 

No entiendo señor, aléjese de mí que comienzan a llegar personas bondadosas que dejarán alguna verdadera moneda en mi bote.

 

¿Sabe leer pordiosero?

 

Naturalmente, antes de ser una miserable rata que se arrastra por el mundo en busca de misericordia fui, aunque dude, estudioso de los libros de la vieja biblioteca que cuide tantos años antes de que fuera destruida por un gigantesco incendio y que con su destrucción me dejó en la ruina al no darme nadie un trabajo digno por considerarme demasiado viejo.

 

Pues ahí está la enorme solución, levántese y venga conmigo

 

Pero entienda que nada funcionará, la esperanza está perdida

 

Ande que el tiempo huye de nosotros y es preciso no desperdiciarlo.

 

José se levantó del suelo y tambaleante acompañó al poeta hasta una casa enorme casi al otro extremo de la ciudad. Al llegar encontró una pared repleta de tomos cuidadosamente acomodados, limpios que le recordaron un estante de la biblioteca que sólo en sus pensamientos vivía, el poeta tomó algunos libros y los entregó a José.

 

Aquí está una forma de ganarte la vida y enmendar tu mentira dando a los demás la verdad que en el conocimiento se oculta.

¿Los podré vender?

 

No, irás al mismo lugar donde derramaste tu falsedad en pos de engrandecer más tu miseria y leerás todos los días a los paseantes que, puedo asegurarte, escuchando obras hermosas acudirán a ti y te ayudarán a vivir tranquila y sin necesidad de engañar.

 

Pero ¿quién me dará una sola moneda por leer?

 

Hazlo, ahora ve a algún lugar a descansar, te doy estas monedas para que te alimentes y mañana comenzarás tu labor.

 

Lo haré sin duda

 

Y José salió de aquella casa enorme aferrando los libros a su pecho.

 

Todos los días José llegaba a tiempo para encontrarse con varios niños que gustaban de los cuentos, uno de los libros que el poeta había puesto en sus manos contenía en sus páginas famosos cuentecillos de hadas que José se esmeraba en leer con ternura y devoción, los niños, en recompensa a poder escuchar los cuentos olvidados o que no conocían le llevaban fruta, pan, leche, y a veces le invitaban a sus casas. Las señoras disfrutaban lecturas de poemas, historias de amor, tragedias teatrales y los caballeros, las aventuras de héroes ficticios.

 

No volvió a padecer hambre ni frío... enmendó su mentira confesando que lo había hecho por terrible decepción que sintió de la vida al perder lo único que tenía... su biblioteca. Cada semana regresaba a casa del poeta por más y más libros, aunque, por petición del hombre de letras jamás hizo saber como aprendió a transformar el engaño en una voz de sabiduría.

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